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martes, 19 de febrero de 2013

Entre dos miradas poéticas nervenses (II): Pedro Ferreira, el arte de la sugerencia

Pedro Ferreira, poeta
Tus versos aletean
en las sombras húmedas de mis labios,
al borde del deseo. 
(“Aleteo” en Al límite de la espesura)

Pedro Ferreira Páez (Nerva, 1961) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla en 1982. Desde entonces se ha visto obligado a ser una especie de Ulises en cuestión laboral y ha ido “de isla en isla”. Ha trabajado un poco de todo: reponedor, animador, informático…Actualmente trabaja de educador en un Centro de Protección de Menores en Albox, Almería: “de todas las islas por las que anduve la que me ha llenado más es el trabajo con menores con graves problemas de discapacidad. Creo que me hace sacar lo más humano de mi persona”.
Su afición por la lectura y la escritura le viene ya desde su niñez: “mi madre me enseñó a leer con sus fotonovelas, mi padre a respetar la tierra y la naturaleza y mis abuelos a amar la literatura y las cosas poco útiles. También aprendí que casi todo se aprende por sí mismo”. De sus primeros años en Nerva ya publicó sus primeros poemas en Octava Galería, una revista comarcal de resonancias sociales y mineras de su tierra y  hasta escribe una obra de teatro que llega a representarse: Los pájaros y el pequeño príncipe.  Tras un paréntesis de 18 años – “en un arrebato de cordura hice que el fuego destruyera todo lo que había escrito. Cosas de crisis internas, de falta de trabajo, de de escasez material y, por qué no confesarlo, de ruptura e inconformidad conmigo mismo.”, asegura-  ahora sintió la necesidad de volver a poner todo ese mundo interno por escrito y de compartirlo en algunos foros de la red: Mundopoesía, Alaire y Libertad 8, entre otros, y su propio blog Tren de Otoño, su “colección de retazos vitales”, una mezcla arbitraria o no de pedacitos de él y de sus poemarios, aunque también hay alguna que otra narración e incluso crítica literaria.. Asimismo, en 2007 publicó una selección de poemas en un libro colectivo Matices, (Buenos Aires) y presentado en la Sociedad Argentina de Escritores. Dos años más tarde vería la luz Al límite de la espesura publicado en el libro Caminos de luz: sueños en 3 actos junto a los poetas Ramiro Carballal Durán y Raúl Castillo (Trenton; 2009). Recientemente ha publicado en la editorial norteamericana Liricspan su último poemario: Los labios desnudos en el que Ferreira nos deleita con versos infinitamente cuidados, profundamente reflexivos, a veces minimalistas y otras más convencionales, pero eso sí con un excepcional dominio de la técnica y con un derroche de sentimientos y sensaciones elegantemente sugeridos y expuestos a plena luz, sin miedos por el paso del tiempo y a través de su propia desnudez. 
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Carmen Alcázar: De ti, podríamos decir: Filólogo de formación, educador de profesión y poeta de devoción... Pero, ciertamente, ¿qué tiene más fuerza en Pedro Ferreira? 
Pedro Ferreira: Es difícil deslindar las tres vocaciones siendo así que la persona que soy es una unidad, una totalidad, donde sería cabalmente imposible explicar lo que hago en el trabajo prescindiendo de lo que hago cuando escribo o cuando reflexiono sobre el decir. El mismo hecho de escribir no puedo separarlo de mi formación, tanto lingüística como literaria. Pero no creo que sea una particularidad mía. Uno en general es el fruto de toda su experiencia. Cuando leía a los poetas griegos helenísticos, o a Garcilaso o a Lorca, cuando estudiaba el feudalismo o la guerra civil, es como cuando has tenido un mal o buen día en el trabajo. Se te queda encima como una segunda piel. Así en esta forma uno acaba teniendo miles, millones de partículas de pieles distintas que curten la original. Cuando uno escribe no puede quitárselas de encima. Lo mismo pasa en mi trabajo. Cuando tengo que explicar a un niño algo que pueda entender no hay modo, recurro al relato, al manejo del verbo, al simbolismo, a la hipérbole, al drama.

"Sólo en sus ojos"
C.A: Cuéntanos, cómo es el día a día de Pedro Ferreira... 
P. F.: Es muy aburrido: ir al trabajo, trabajar, ir a casa, tareas domésticas, escribir, leer…Ya quisiera yo darle más variedad…(risas)

C.A. Y en esta supuesta  aburrida vida diaria, -que lo dudo- ¿qué te reporta escribir, y sobre todo escribir poesía? 
P.F.: Escribir es una necesidad. Hay veces que no escribes por lo que sea: no tienes nada que decir, no encuentras el modo o hay otras cuestiones en tu cabeza o en tu tiempo. Pero inesperadamente sientes que hay algo ahí dentro que empieza a quemar y luego empiezan a surgir palabras. Es algo así como las luciérnagas en un atardecer. Y ya te vuelves loco y obsesivo por esa luz y necesitas ponerlo por escrito. En este sentido es pues una descarga emocional. Algo así como cuando haces el amor con tu pareja. Escribo poesía pero no sólo poesía. Pero es cierto que la poesía ocupa mi interés central, quizás por mi forma de ser o mi formación o incluso mi deformación. Es la forma a la que mejor me adapto para expresarme. Otros cuentan historias. Yo me construyo. Cuento intuiciones.
“Todo lo que me “inspira” está en el mundo que me rodea: el amor o desamor con la persona amada, algún suceso cotidiano, una problemática social, un incidente con el banco, un éxito profesional, las nubes en el horizonte, el agua batiendo los escollos, una carretera por la costa, la muerte…”
C.A.: Una frase típica de Picasso es la de “las musas de inspiración que te pille trabajando” ¿Qué es lo que inspira tus versos? 
P.F.: Para mí un poema es un parto. Lo he explicado en algún artículo y en algunos poemas, por ejemplo en Pro logos, el que abre Al límite de la espesura. La poesía está en la realidad, si bien no es la realidad. Te llega: ves cosas, sientes cosas, ocurren cosas… que te dejan una impronta, una sensación no común, un matiz diferente. Eso que vives en tu interior va creciendo ahí dentro, transformándose, asociándose con otras células, nutriéndose de tu propia alma. Cuando madura busca salir. Lo acomodas, lo colocas, le das forma y cuando está a punto lo alumbras. Todo lo que me “inspira” está en el mundo que me rodea: el amor o desamor con la persona amada, algún suceso cotidiano, una problemática social, un incidente con el banco, un éxito profesional, las nubes en el horizonte, el agua batiendo los escollos, una carretera por la costa, la muerte… En realidad, lo que me inspira es lo que inspira y ha inspirado a todo el mundo. Eso sí, uno es más sensible a ciertos inputs que a otros.

Pedro Ferreira, años 80
C.A.: En el perfil de tu blog, comienzas por tus orígenes y raíces “en un pequeño pueblo minero cercano al corazón de la tierra”. Año alejado de ella, ¿qué queda de Nerva y la Cuenca Minera en ti y en tu poesía?
P.F.: Es la piel primigenia de que hablaba antes. Está allí, en el fondo, pero está. Casi toda mi vida la he pasado fuera porque la vida te lleva como las corrientes marinas. Ahora vengo una vez al año a ver a mis padres. Pero yo fui muy marcado por mi niñez. Mi especial relación con mis abuelos, el tren minero, los fines de semana en la huerta de Ramón o en la Minilla, las fotonovelas de mi madre, los juegos imaginarios por el llano del Cerro Pelambre, las guerras de pedradas entre calles, …Miles y miles de vivencias, felices o desagradables, da igual, están ahí en mi obsesión permanente, la memoria. Todo eso sale de una u otra forma en los poemas o en las prosas, aunque quizás sólo es perceptible para mí...
“El mundo que nos ha tocado vivir es esencialmente injusto, con uno mismo y con los demás. La mano que escribe, como la que pinta o modela, no es inocente y tiene un papel en esa transformación”.

C.A.: Y volviendo a la Cuenca, dice el amigo Cobos en su último poemario Para qué poesía, pues eso mismo Pedro, para qué tu poesía…
P.F.: Habría que preguntárselo a ella. Yo no la busco, me viene. No, es el viejo debate sobre la utilidad de la poesía. Como todas las artes, aparentemente carece de utilidad. No deja de haber quien nos ve como seres ociosos deleitándose en perder el tiempo. Pero el ser humano es un ser simbólico. Ocurre a todo el mundo, se ponga o no por escrito, en escala sonora o sobre un lienzo. Es una forma de re-crearse. De completar el ser que soy y mi estar en el mundo. Mediante la poesía te expresas y te individualizas. Lo que yo veo en el mundo es distinto a lo que ve o siente cualquier otra persona y buscas el modo y la forma de comunicarlo, usando un instrumento común, la lengua que hablamos, a los demás, que por otro lado cuando lo leen aprehenden ese efecto diferencial enriqueciendo su propia experiencia.

C.A.: Decía Celaya “la poesía es un arma cargada de futuro”, Ahora más que corren “malos tiempos para la lírica”, ¿cual crees que debe ser el papel del poeta o el artista en general?
P.F.: Corren malos tiempos para casi todo. La poesía verdadera siempre es transformadora. La frase de Celaya se enmarca en un contexto social y político muy concreto y por tanto con una interpretación también muy histórica. Pero en realidad siempre es así. El artista, y el poeta no es otra cosa que eso, es siempre vanguardia de la conciencia sensible, tanto cuando escribe como en su vida. Si uno siempre escribe sobre lo que ve o vive y eso no te gusta buscas cambiarlo, transformarlo. El mundo que nos ha tocado vivir es esencialmente injusto, con uno mismo y con los demás. La mano que escribe, como la que pinta o modela, no es inocente y tiene un papel en esa transformación.

"Desnudez"
C.A.: Tú, maestro de la palabra, define con una sola tu último poemario, Los Labios Desnudos.
P. F.: Es difícil resumir todo ese contenido simbólico en un solo verbo pero quizás esté en el título: desnudez, aunque el poeta siempre se desnuda cuando toma la pluma.
“Cuando escribo de un modo u otro me quito los paños que me envuelven dejando transparentar lo que siento o lo que percibo. Eso incluso cuando se pone un delicado velo delante de las palabras para que más que digan algo lo sugieran. De algún modo uno nace y muere con cada poema.”
C.A.: Los labios desnudos. ¿Por qué ese protagonismo de los labios? ¿Su atractivo está en que realmente están  desnudos y a la vista de todos o  que esconden más de lo que expresan realmente los versos del interior del poemario?
P.F.: Los poemas expresan lo que expresan y cada uno se construye independientemente, claro. Pero los labios son un símbolo que se presta. Hablamos con ellos, nos escondemos tras ellos. La verdad, la hipocresía están en ellos. También el amor se da y se recibe ahí. La pluma del poeta no deja de ser un labio que se desnuda y un labio que lo resguarda. Su espíritu se manifiesta con el valor de la palabra, alada, como una máscara que se transparenta, como un ser que expira en el acto creador. Si lo miramos bien es otra ventana por la que se sale o se entra.


C.A.: Labios sedientos, de labios peligrosos, labios hirientes, hipócritas, solitarios… ¿Estados de ánimos pasajeros?

P. F.: Todos los estados de ánimo son afortunadamente pasajeros, porque nadie podría vivir con la carga de algunos eternamente. Pero claro, sí, el poemario se enmarca en una realidad que uno vive a diario y a la que no es inmune. La realidad que vivimos es bastante fea y amarga. ¿Cómo no reflejarlo en los versos?

C.A.: Pues supongo que mostrándolos así como los tuyos: “desnudos”. Por ende, ¿se desnuda Pedro Ferreira en cada verso?
P. F.: Me desnudo o me protejo o sueño o grito socorro. Sí, cuando escribo de un modo u otro me quito los paños que me envuelven dejando transparentar lo que siento o lo que percibo. Eso incluso cuando se pone un delicado velo delante de las palabras para que más que digan algo lo sugieran. De algún modo uno nace y muere con cada poema. Nacer se nace desnudo y con el alma expuesta. Cuando el poema ve la luz deja de un modo u otro de ser tuyo para ser del lector que ya se cuida de desembarazarte de las galas con que has ido a morir en sus brazos. ¿Qué cadáver necesita un traje?
“Es imposible separar la vida de la escritura y muchas veces son la misma cosa”
El poeta en Caminito, Buenos Aires
C.A.: Trajes y etiquetas, tal vez. En tus poemas, huyes de la asonancia y puede que sea una manía confesable. ¿Qué le dirías a  aquellos que piensan que sin rima ni métrica  al  uso más tradicional no hay poesía?
P. F.: Es otro viejo debate: ¿la escuadra o la pólvora? El verso tradicional nace en un contexto que lo explica. Verso es ritmo y ritmo es repetición. No hay otra. En ese sentido, la rima tiene una función histórica esencial para la poesía. La repetición constante de ciertos fonemas ayuda a identificar el texto como verso cuando la poesía era esencialmente oral y hecha para ser recitada o cantada. Luego llegó Gutemberg y más tarde la prensa, las revistas y la escolarización generalizada. La poesía hoy es esencialmente “leída” y, si bien el verso es siempre verso porque hay ritmo, la rima ya no es imprescindible para ello. Particularmente aprecio un buen poema con buena rima. La mayor parte de la literatura en verso escrita en mi lengua hace uso de ella. Pero a mí no me aporta gran cosa como recurso expresivo, constriñendo el verso y lo que quiero decir. Yo busco otra forma de conseguir el ritmo sin el repiqueteo de campanas que es la rima. Cuando el poema me lo exige no huyo de ella. Si creo que la mejor forma de decir lo que quiero es un soneto o un romance ahí está como recurso para usarla. También he escrito sonetos sin rima, porque ahí me era inútil. Sin embargo he de decir que no hay verso sin metro, entendido este como configuración rítmica. El buen poeta libre no puede sustraerse al metro porque todo verso mide. Es la diferencia entre un buen poema y una sucesión de renglones cortados de un escrito en prosa. Por otro lado, no hay que confundir poesía con verso. Hay versos perfectos que no tienen poesía y poesía no escrita en verso, a veces ni siquiera escrita.

C.A.: Y vida. En tus  poemas hay infinidad de dedicatorias, referencias literarias y símbolos. ¿Se pueden entender como matices aportados a tus poemas con vivencias compartidas, vida y poemas al unísono?
P. F.: El poema es una unidad en sí, desde el título, si es que lo tiene, hasta el punto y final. Eso incluye todo aparato formal y conceptual que lleve, como, entre otras cosas, las citas y las dedicatorias. Generalmente distingo en estas los poemas “a” de los poemas “para” de algún modo similar a como se distingue el objeto directo del indirecto. Esto significa que si hay una dedicatoria es porque debe estar ahí como parte del poema. He escrito muchos poemas que no llevan dedicatoria explícita aunque su sujeto sea con frecuencia el mismo. Por tanto en cierto modo sí añaden algún tipo de matiz extrínseco: mi Síncopa para un adagio adquiere una significación distinta si se sabe que lo escribí para mi hijo. Es imposible separar la vida de la escritura y muchas veces son la misma cosa.
“El poeta es una persona normal que siente y palpita con la vida, que busca ante todo vivir y celebrar la vida. Distinto es que la vida esté llena de reptiles y el suelo sembrado de cardos. Si te pinchas gritas, aunque sea en verso”

Presentación de Matices
C.A.: Precisamente, dice Raúl Castillo en el prólogo que Los labios desnudos buscan en lo más profundo del mundo interior pero que no se aisla de la cotidianeidad, ¿crees por tanto en la necesidad de que los poetas bajen del Parnaso, casi parafraseando a Nicanor Parra?
P. F.: Bueno, los poetas no están en el Parnaso, que es sólo un monte griego. Los poetas están como todos los mortales, en el mundo. Acaso más en el mundo que nadie y por eso parece –sólo parece- que no lo están. Raúl Castillo es un gran amigo y mejor poeta que me aprecia en exceso. Pero en eso es fino. La creación de la belleza no debe separarse de las ramas de las que pende. Yo hago lírica y la lírica por definición surge del yo íntimo del poeta. Pero es más una cuestión de punto de vista. Hay una corriente eléctrica entre el dentro y el fuera, una comunicación automática, sin interruptores que conecta el mundo de la realidad en la que das tus pasos y el mundo de tu psique con el que los vives.

C.A.: Y en esa cotidianidad de tus poemas, en ese “circus mundi” en el que vivimos  tus poemas hablan de decepción, de hipocresía, de amor, de pasión, de “y sexo, y sexo” de soledad... Es el contrapunto del “avasallo” de lo que nos rodea, el poeta se siente solo y de esa soledad nacen versos ¿crees que es necesaria la soledad para el poeta a la vez que vive en sociedad?
P. F.: El poeta vive en sociedad pero el acto de creación es un hecho íntimo. Me resulta, y esto es naturalmente personal, imposible escribir rodeado de gente. Incluso cuando esto sucede debo aislarme de una u otra manera para poder escribir algo. Eso no tiene nada que ver con la soledad de la persona. No es que el poeta deba ser un ser solitario y triste o amargado, vagando solo por las calles o encerrado horas y días en su caparazón. El poeta es una persona normal que siente y palpita con la vida, que busca ante todo vivir y celebrar la vida. Distinto es que la vida esté llena de reptiles y el suelo sembrado de cardos. Si te pinchas gritas, aunque sea en verso. Por otro lado el poeta se siente solo frente a su reto que es expresarse. Sabe de su individualidad. Esta contradicción entre la individualidad de la visión y la herramienta social y compartida provoca siempre una tensión a veces insuperable.
"Beso muerto"

C.A. Puede que en tu blog, ya desde el título haya mucho de soledad. Tren de Otoño. Tren tal vez como viaje y vida, nuestro recorrido vital, y Otoño con toda la tristeza de una hoja de la que hablaba Vicente Alexandre…
P. F.: Ciertamente. Además “Tren” es también una referencia a la niñez y una referencia a la Cuenca Minera. Quise abrirlo con un poema de José María Morón por la misma razón. El tren es en efecto símbolo de viaje pero no sólo. Es también un recorrido, con estaciones, compartido, con gente que sube contigo, te acompaña, se baja, desaparece. Hay una caldera con fuego a la que cae carbón y su abuelo que manipula unos mandos y palancas y consigue mover algo inerte y pesado como una serpiente de hierro. Veo la espera o el deseo. El Tiempo. Y el otoño es la estación del año más hermosa. No sólo por la melancolía. También por la suavidad de la temperatura, el comienzo de las lluvias y los bosques llenos de colores matizados. No creas si te dicen que el otoño es el final. Realmente es el principio del ciclo. Es el momento de la fertilidad. Un mal otoño y no habrá primavera. Se acabaría la vida. Es también un momento de recogimiento, más que de soledad. De vuelta a lo íntimo, a lo interior. Es cierto que una hoja caída en el camino refleja la tristeza del final. Pero todo fin no es más que un nuevo principio. Para que un rosal coja brío se cortan sus ramas. Yo busco podar las mías con la palabra. La tristeza de muchos de mis versos no es más que eso.

C.A.: Y buscas y experimentas incesantemente con tus versos. De hecho ya estás inmerso en tu próximo proyecto La tinta en los cristales. Cabe preguntarse qué hay en esos cristales tintados que no te dejan ver o qué es lo que ves a través de ellos…
P. F.: En realidad estoy metido en dos nuevos proyectos. La tinta en los cristales pretende un giro en temas y en estética. Se trata de una lectura propia de las formas tradicionales. O una escritura propia. Entiendo por tradicional el verso popular y/u oral que recorre toda nuestra literatura. Por ejemplo, en la Edad Media eran muy populares los plantos, los cantos de siega, las formas paralelísticas, las glosas… También el flamenco y sus estrofas cortas son nuestros parientes del haiku japonés. Yo no escribo un planto medieval, obviamente, yo como dice Milán Kundera  hago variaciones sobre poemas muy conocidos, de Neruda, por ejemplo, o de los míos propios.  En definitiva me busco experimentando. Así como en Los labios desnudos el leitmotiv eran los labios, ahora, de un modo u otro busco el simbolismo de los cristales: como reflejo, como objetivo que capta un instante, como ventana de entrada y salida. El otro proyecto es un poco complicado tanto formal como temáticamente. Se enmarca en el libro bíblico de Job. Es como una ópera en verso libre sobre la rebelión contra el destino destructor.

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